2 nov 2015

LA CONCIENCIA DE FINITUD Y LA EDUCACIÓN PARA LA VIDA.

La muerte y la educación son dos constructos que han acompañado a la humanidad en su existencia y han sido concebidas desde distintos enfoques a lo largo de la historia. Es muy probable que la concepción y la actitud que  poseemos ante la muerte influyan en la concepción y la actitud que poseemos de la vida, y por ende, condicione el paradigma educativo que a tal empresa disponemos.
Cómo entendemos hoy la muerte, cómo afrontamos las pequeñas pérdidas, cómo entendemos la educación y cómo afrontamos su práctica diaria son, entre otras, las preguntas generadoras de una concepción educativa que persigue, entre otros fines, la inclusión de constructos como la conciencia de finitud o el autoconocimiento tal y como sostiene  Agustín de la Herrán Gascón.
El primer cuestionamiento que aquí se plantea se relaciona directamente con las finalidades de nuestro sistema educativo, dado que, si es de todos y todas consensuado que la educación obligatoria persigue entre otras metas el desarrollo integral del educando en todas sus dimensiones, ello debe incluir el conocimiento propio que permita descubrirnos, comprendernos y aceptarnos, así como descubrir, comprender y aceptar al otro; dicho de otro modo, orientar en la construcción de un sistema de valores que permita al discente dar sentido a su vida así como convivir en el respeto, la solidaridad y la compasión. Si tal premisa es asumida por la educación formal  la muerte, como contenido y programación curricular,  debería ser atendida en los planes educativos así como incluida en los programas de formación de los futuros docentes. 
En nuestra sociedad,  realidades propias de la condición humana como el sufrimiento, el dolor, la enfermedad y la muerte son, por un lado, negadas y ocultadas, cuando  estas acontecen en el plano personal e íntimo de la cotidianeidad; y por otro,  se han  convertido en espectáculo e instrumento de control  cuando acontece en el plano público, como podemos observar, por ejemplo,  en la banalización del contenido violento que ostentan la mayor parte de los productos audiovisuales destinados a un público infantil y juvenil, o en el impúdico aireo de las vidas privadas que, previo pago, colman los contenidos de los medios de comunicación. 
Como hemos afirmado no podemos educar para la vida sin contemplar la  educación  para la muerte; no obstante, aspectos como la consciencia de la vida que entraña la consciencia  la muerte propia y  la de los seres que amamos  no se contempla entre las finalidades educativas de nuestro sistema escolar, y más allá de esta evidencia, la resistencia que la comunidad educativa tiene a tratar el tema de la muerte es, en parte, el resultado de la propia ignorancia que de la muerte tenemos los adultos que conformamos una sociedad empeñada en presentar “ídolos de plástico” como modelos humanos a seguir.
Encontramos que la muerte, está presente en las aulas,  son innegables las contingencias en las que irrumpe de una u otra forma en nuestra cotidianeidad, no obstante estas situaciones, no son atendidas adecuadamente por parte de los profesionales educativos o son eludidas por los mismos.
En la construcción del yo autoconsciente  que nace desde las emociones, y que nos permite descubrirnos en relación al “otro”, la construcción de los vínculos y las habilidades de regulación ante las pérdidas, son la piedra angular en nuestro desarrollo madurativo.
La educación, en tanto en cuanto, persigue contribuir a la formación integral de la persona puede y debe incluir la normalización de la muerte. El respeto, la solidaridad y la cooperación son junto a la generosidad, la ternura y el compromiso, cualidades propias de las complejas relaciones que se dan entre las personas y que conforman, a través de la crítica y la autocrítica, la base del sentimiento humano del amor, pero es sobre todo la conciencia de finitud la que otorga profundidad a nuestros actos  y da sentido a la vida. La atención al constructo de la muerte como contenido pedagógico en el aula favorece no solamente el desarrollo de la madurez personal del alumnado,  sino que también, promueve la participación y  mejora el clima en el aula.

Elisabeth Ransanz
Doctora en Pedagogía y Arte terapeuta.
Experta en Duelo y pérdida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario